Después de un tiempo "callaíto" por no dar mucho la vara con mi segunda novela, Veracruz, os paso, con mucho cariño hacia mis amigos gaditanos, unos fragmentos que, como muchos otros, tienen lugar en Cádiz, tanto en el siglo XVI como en el XX. Tienen que ver con Casa Manteca y con la Viña en 1985... Si os gusta, podéis adquirir la novela en vuestras librerías habituales (seguro en Las Libreras -Cádiz- Aprendiz y Pérgamo en Puerto Real y Entre Líneas en Sevilla). También en umsaloua@gmail.com. O me buscáis por la calle y os la cuento entera, no sé callarme ni el final...
A las ocho de la tarde Alan despertó a Alicia. Mientras
ella tomaba una ducha, él se asomó a la terraza del hotel y contempló el
paisaje que Cádiz le ofrecía: mar, y sólo mar. En algunos lugares, unas líneas
de espuma desvelaban que allí, en medio del océano, había rocas que provocaban
una rompiente y que frenaban la fuerza de las olas que llegaban mansamente a la
orilla. Alan se fijó en el faro que, algo más a su derecha, acababa de comenzar
su misión de aviso y precaución. Pensó que aquellos haces de luz a ráfagas se
parecían mucho a su propia investigación: una pequeña luz en medio de la
oscuridad.
Como les había indicado el director del museo, preguntaron
en Casa Manteca por la dirección de la familia Rubio en el barrio de La
Viña. No fue difícil encontrar la casa, pues se hallaba muy cerca de la
taberna.
Entraron en el edificio que le habían señalado y pudieron
contemplar un patio de vecinos, lleno de latas viejas de conservas que hacían
las veces de macetas para lo que les pareció un centenar de geranios y varias
puertas que confluían en dicho patio y que daba la impresión de albergar cada
una de ellas a una familia diferente. Alicia recordó las historias que se
contaban en su familia de cuando vivían en Triana, en las “corralas” y pensó
que éstas no debían de haber sido muy diferentes a lo que ahora mismo estaba
contemplando.
Un niño que jugaba con un cochecito al que le faltaba
una rueda dejó en el suelo su juguete y se acercó a ellos.
-¿A quién buscáis? -les preguntó-. Nadie viene aquí si
no es para buscar a alguien.
-Buscamos
a una familia que se apellida Rubio, nos han dicho que viven aquí. Venimos de
parte de El Manteca -le respondió amablemente Alan usando al dueño del
bar como salvoconducto ante el niño.
-¡Mamá! ¡Aquí hay un guiri que te está
buscando! -gritó el niño mientras señalaba hacia una de las puertas que se
adivinaba detrás de una fila de sábanas puestas a secar sobre un cordel en
medio del patio, por lo que tuvieron que atravesarlas percibiendo un intenso
olor a limpio, como sólo huele a limpio la ropa tendida en las casas de los
pobres.
Antes de que llegaran a la puerta una mujer joven, de
unos treinta años, se adelantó hacia ellos. Su actitud no era intimidatoria,
más bien al contrario, era una forma de darles la bienvenida. Los invitó a pasar
al interior y se encontraron directamente en una alcoba que hacía las veces de
salón y de dormitorio para ella y el niño, pues sólo dos camas pudieron
observar al fondo de la gran habitación. Alicia, recordando lo que sabía de las
corralas trianeras, imaginó que la cocina y el baño serían compartidos con el
resto de los vecinos, que ya no eran vecinos sino familia al compartir todos
ellos su escasa intimidad.
La mujer corrió una cortina y unos visillos y dejó entrar
la claridad en la alcoba, que hasta entonces estaba en penumbra.
-Me llamo Rosario Rubio, Chari Rubio para mis amigos.
Así que pueden llamarme Chari. ¿Qué les trae por aquí, si esto está más perdido
que el sitio donde Cristo dio las tres voces?
Alan,
escuchando a Chari, se acordó de Inma, la amiga de Alicia que tanto les había
ayudado aquella misma mañana, y pensó que Sevilla y Cádiz no eran tan
diferentes. Dejó que Alicia le explicara a la gaditana todas sus peripecias y
por qué estaban aquella tarde en pleno barrio de la Viña de Cádiz hablando con
ella. Cuando le enseñaron las copias de la carta de Concepta, Chari se puso de
pie y se dirigió a una cómoda que se encontraba al fondo entre las dos camas.
Sacó de uno de sus muchos cajones una carpeta azul de las que se cierran con
una goma elástica cruzando las esquinas y mirando a la recién llegada fijamente
a los ojos, le dijo:
-Me has dicho que te llamas
Alicia. Pues bien, si tu apellido es Correa, mi familia lleva más de
cuatrocientos años esperándote.